Por Juan Carlos Montenegro
Este artículo, pretende potenciar y estimular la reflexión personal, acerca de lo que nos sucede cuando regresamos a casa después de una experiencia de voluntariado. Vamos a profundizar sobre aquellos interrogantes a los cuales deberíamos dar respuesta, para poder extraer los aspectos más positivos y negativos, y poder realizar cambios en nuestro día a día. Así que, empezamos…
Primeramente analizaremos el inicio de esta experiencia, de esa primera toma de contacto previa a la partida. Valoraremos así, de forma retrospectiva, aquellos sentimientos encontrados cuando escogimos realizar el voluntariado con una ONG determinada.
Pues bien, optas por un voluntariado, y tienes esa primera toma de contacto con la ONG elegida, realizas un número determinado de encuentros formativos, reflexionas acerca de los temas que te invitan a tratar en dichos encuentros, vives con emoción la presentación de los proyectos y la incertidumbre del destino y sientes los temores propios hacia lo desconocido (cultura, costumbres, objetivos que esperan de nosotros, aquello que podríamos aportar…), atraviesas el momento de contar la decisión a la familia, y enfrentarte al “qué dirán”, te informas sobre las vacunas, visados, …y así, se podrían seguir nombrando un sinfín de decisiones más…
Quizás, las preguntas que planteo a continuación, pueden ayudar a discernir e ir esclareciendo esta toma de decisiones…
Acto seguido empezarás a pronunciar un sinfín de “y si…”, como “y si enfermo”, “y si no me adapto”, “y si me supera la realidad que vivo”, “y si…”. Está lista puede ser interminable.
A pesar de todos estos temores y dudas, la idea se mantiene en tu cabeza aunque suene paradójico y, lo que resulta realmente interesante es que al final, sin saber muy bien por qué, decides emprender esta aventura. Es una especie de reto y deseo personal.
En este momento, y una vez en el destino, te vuelves un evaluador constante de las situaciones que se van presentando.
Las diferentes respuestas, configuran el punto de inflexión personal de cada voluntario, tan diferente como personas hay en el mundo.
Esta diferencia interpersonal que se generará, estará muy influenciada por la tarea a desempeñar, ya sea apoyando los campamentos de verano, dando clases en escuelas de verano, viviendo en orfanatos, participando en comedores sociales o sencillamente o arreglando ordenadores, como fue mi caso hace muchos años en el continente africano. No importa cuál sea el voluntariado, siempre hay factores que hacen única e irrepetible esta experiencia. Sin duda alguna, uno de los aspectos mágicos, los realiza la gente del lugar de acogida, aquellos con los que establecemos nuevos contactos.
Y según van pasando los días, y se va acerando al final, las preguntas iniciales vuelven a repetirse…
En definitiva, sigues eligiendo….
Ya has llegado al final del viaje y por lo general, la experiencia es positiva, pero aunque no hubiera sido así, hay algo de común en ambos casos, ¡has sido capaz de superarte a ti mismo!, y has realizado casi sin saberlo, cambios en tu vida y en la de otras personas. Tú has cambiado, y las personas que están a tu alrededor no tienen la experiencia que has tenido, no han vivido lo que has vivido, por lo tanto, lo más seguro es que no entiendan que algo en ti ha cambiado. Si sólo fue una experiencia de verano, lo más seguro es que no tengas muchos problemas para volver a tu rutina, pero si fue la experiencia de un año, seguramente sufrirás un choque cultural, porque tú ya no eres el mismo y tus valores y tu forma de ver la vida han cambiado, como dijo el poeta Pablo Neruda, “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos«.
Lo importante es saber que la misión continúa, que hay una razón por la cual Dios te dio ese regalo de poder irte de misiones. Y ahora, toca pensar
¿Cómo puedo poner en práctica lo que he aprendido de esta experiencia?