Experiencia en Guatemala

Nombre: Leticia Fernández | Localización: Petén, Guatemala | Año: 2015

Esta ha sido mi primera experiencia de voluntariado, y no la última. Desde el primer momento sientes que algo puedes aportar, que hay mucho por hacer y tienes la suerte de poder estar viviéndolo. La acogida por parte de la comunidad ha sido fantástica. Los tres padres son muy buenas personas y son verdadero ejemplo de vida salesiana y cristiana. Su entrega absoluta al barrio, sus contantes proyectos, su dedicación a las personas y familias más necesitadas transmiten ese valor de entrega a los demás. Considero que este viaje me ha enriquecido persona y profesionalmente en los siguientes aspectos:

– A través de la realización de las actividades en las distintas capillas, barrios y parroquia. El juego con los niños, el comenzar sólo 5 y terminar con 30, la capacidad de adaptación a la realidad, el factor sorpresa, la paciencia, la espera y el disfrute, sin reglas, sin presión, con la libertad de adaptación, hacen que se disfrute más y te impliques más en lo que estás haciendo y sobre todo con quien. El hecho de poder preparar actividades de formación de valores para los grupos de fe y ver el feedback tan positivo de los jóvenes, sus ganas, su ilusión, y sobre todo su respeto hacia nosotros.

– La pequeña ayuda alimentaria, gracias a las donaciones de la gente, me hizo valorar lo importante que es tener un plato al día, y la suerte de poder elegir, repetir y no preocuparnos por ello. Pero no sólo se quedaba en entregar la comida, sino que el ver cómo las familias compartían con otras familias, a pesar de pasar hambre, me dio una lección de humildad y generosidad pura.  Además al final de mes se realizaban comedores en las capillas, donde un grupo de mujeres preparaba atol y lo llevaba a la capilla para todo aquel niño, niña, mujer, hombre o familia que necesitara un plato de comida en el último tramo de mes lo tuviera.

– Las visitas al hospital y al vertedero quizá han sido las más impactantes. La precariedad, la exposición a enfermedades, los escasos cuidados por falta de material, gestión y formación, hacen que se viva esa necesidad de mejora, de ayuda. Me encantaba llevar el pancito y el atol a las madres de maternidad, pero la mayoría de las veces no llegaba a esa sección, puesto que lo que había era lo único que podíamos repartir, y se te encoge el alma cuando no puedes hacer nada, sólo repartir lo poco que tienes. Y el momento del vertedero una vez a la semana, el ver cómo esos niños trabajaban sin horario, expuestos a animales peligrosos (carroñeros), respirando ese olor nauseabundo, comiendo de los restos y de los coches (cerdos) que vivían por allí, sin condiciones básicas de higiene, te hacían pensar, reflexionar sobre qué nuevas actividades poder llevar a cabo desde España para sensibilizar, apoyar la mejora de este tema, la explotación infantil.

– La convivencia con los compañeros voluntarios, a través del día a día, de la organización, del tiempo de reflexión después de cada actividad y de cada día tras nuestras buenas noches, hacen que te analices a través de lo vivido, lo expresado, lo compartido y lo recibido por parte de las otras personas. Descubres de lo que eres capaz, de lo que no se te da bien, de los errores que cometes, de cómo te relacionas y comportas fuera de tu zona de confort, y en situaciones que no controlas, con gente que empiezas a conocer. Es una experiencia única de autoanálisis y mejora personal.

– La vida en comunidad ha sido todo un descubrimiento, puesto que no he conocido salesianos más implicados, trabajadores y modelos de vida de Don Bosco como los de la comunidad de San Benito. Desde  los laudes por la mañana que compartíamos, los desayunos y organizaciones del día, la entrega a los demás incluso en su día de descanso, los proyectos que llevan (oratorio Don Bosco, con la misma estructura), el ofrecer su casa a grupos de voluntarios que venían dos días, comida de la que nosotros estábamos comiendo para los caminantes e inmigrantes, recogida de los niños y llevarles a sus casas por la peligrosidad de las calles, las historias de familias a las que han ayudado como han podido, lo que han construido en menos de 3 años… Personalmente es algo que me ha enriquecido, con ellos he aprendido a dar gracias, a bendecir la mesa diariamente y valorar todo lo que tengo, a hacer el bien sin mirar a quien, a la escucha, y al querer al prójimo a pesar de sus errores.

– La situación del país me hizo reflexionar en cómo se repite el modelo de corrupción, independientemente del lugar donde se viva. Durante nuestra estancia se celebraban las campañas para las elecciones, y era triste escuchar a los ciudadanos decir que no se sentían apoyados, ni seguros en su país, se sentían robados, y que a pesar de ello muchas familias tienen que defender a cierto partido político porque les pintaban la fachada con su propaganda y así no tenían que gastar ese dinero en pintura, les daban comida en los meetings…

– La riqueza del entorno, cultural y de recursos, el aire puro, los campos verdes, la naturaleza pura hacían que la vida fuese más alegre, y que de verdad se viviese una Primavera Constante.

– Y por último, el ritmo de vida, su forma de enfrentarse a los problemas, la felicidad y la buena cara ante las adversidades, el comienzo de un nuevo día visto como un regalo de Dios, puesto que al día siguiente no sabes que puede pasar. Cosas básicas que, en la rutina diaria de estrés, preocupaciones, responsabilidades de España, no valoramos y pasamos por alto: LA VIDA. 

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