En Entrevista: Juan Linares, misionero salesiano en República Dominicana

Las diferentes realidades de República Dominicana: el trabajo con niños en situación de alto riesgo

Juan Linares es misionero salesiano en República Dominicana desde el año 1976. Nos cuenta sus trabajos enriqueciéndolos con diferentes experiencias que demuestran que es posible generar un cambio. Asimismo, explica las diferentes realidades que existen en República Dominicana y cómo los salesianos trabajan diariamente para subsanar las diversas necesidades, enfocándose en los más jóvenes y también ampliando los destinatarios a sus círculos familiares.

 

El salesiano Juan Linares

Juan Linares llegó a República Dominicana tras finalizar su formación en España. Así, su primer ejercicio como sacerdote salesiano fue cuando comenzó en la pastoral juvenil, momento en el que verdaderamente descubrió su vocación salesiana, dado que «uno había aprendido, leído de Don Bosco, pero verdaderamente, cuando uno confirma su vocación es precisamente en la realidad, cuando lo puedes vivir».

El hecho de definirse y confirmar su vocación le llevó a concebir lo que posteriormente fue el trabajo con niños y niñas en situación de riesgo, realizando un proyecto de compromiso social y religioso permanente con la finalidad de cubrir las necesidades de los niños de la calle, y con  la ayuda de otros muchachos, que sienten la vocación juvenil y desean comprometerse y sumarse para transformar la realidad diaria que viven.

 

La realidad de los niños de la calle

Existen dos perfiles diferentes de niños que acaban en la calle. Los niños trabajadores de la calle comienzan a hacerlo a partir de los 8 años, puesto que es el momento en el que pueden moverse de forma independiente por la ciudad haciendo algún tipo de venta u oficio, dado que con los más pequeños eso no es factible. Este «niño trabajador de la calle, generalmente se mantiene en su núcleo de familia, muy pobre y demás, pero sigue teniendo un vínculo familiar. Y el niño de la calle, no trabajador, sino de la calle, es el niño que se va vivir a la calle. ¿Por qué? porque la situación de su familia es muy precaria, vive controlado, tiene malos tratos y no tiene lo necesario para cubrir sus necesidades primarias -hasta de alimentación- y para eso él elige la opción al menos de ser libre y se va a la calle, porque aunque lo pase mal, por lo menos hace lo que quiere».

Juan Linares es muy consciente de las diferentes necesidades y realidades de República Dominicana y sostiene que es necesario ser comprensivo, creer en que el cambio es posible y comenzar a buscarlo, nunca se debe rechazar o intentar disimularlo. En Santo Domingo, el fenómeno del niño trabajador es más abundante, pero también en los campos, hay del tipo agrícola. La labor de los salesianos con este tipo de destinatarios, finalmente, va de unas ciudades a otras donde haya obras salesianas

 

La búsqueda de los niños

La búsqueda de los niños, la forma de encontrarlos, es la primera y quizá más importante etapa. Juan Linares afirma que «si es niño trabajador, hay que salir a las calles… a un parque, ver un niño que está limpiando zapatos e ir allí y decirle -límpiame los zapatos-. Y empezar a hablar con él: ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas? Explicarle… Generalmente a los educadores hay que prepararles para ser educadores de calle, con todas las metodologías, de poder explicarles a través de fotografías, -mira, para niños como tú… tenemos un centro- y empezar crear una interrelación con estos niños. Es la etapa más emocionante para el niño y también para el educador».                                                                   

Estos ejercicios de búsqueda, encuentro y acercamiento con los niños para entablar confianza, dejan experiencias emotivas que marcan el principio de un camino para trabajar en el cambio. Sin embargo, también muestran la dura realidad y las necesidades de primera mano, en primera persona. En este sentido, Juan Linares mencionaba: «recuerdo una conversación con dos niños, cuando adquieren confianza, te empiezan a contar cosas. Y te dicen: -un día nosotros robamos tanto, que le pudimos construir la casa a nuestra mamá-. Y mira qué bien, fíjate que acción más bonita. Y te decían cómo habían entrado en unos grandes almacenes, y habían encontrado dinero allí, se lo habían metido entre su camiseta y habían salido con una barriga…. ¿Pero ves?: habían construido la casa a su mamá. Este es el elemento positivo. Porque si tú le rechazas: -y, ¿cómo hiciste eso muchacho?-, se te cierran… Otro viene y me dice: -me gano la vida cordeleando-. -¿Qué es eso? ¿Cordelear?- y dice -cogiendo la ropa que está tendida en los cordeles, llevándomela y vendiéndola-. Es decir, cosas de estas, que son aventuras, pero que te hacen referencia a una realidad para preguntarte -¿cómo es posible?-».

Las principales prioridades para los salesianos son la escuela, la buena alimentación y el juego. Es decir, la primera meta marcada, junto con una buena alimentación, es que un niño trabajador de la calle se inserte en la escuela. Por otro lado, el juego es muy importante y lo que atrae al niño, por lo que se utiliza también para educar en valores y crear así, mientras se divierte, un lugar educativo para desarrollar sus propias destrezas, trabajar en equipo y superarse a sí mismo.

 

El trabajo con los niños y sus familias

El primer proyecto, que nace de la vocación juvenil de muchachos que quieren comprometerse «se llamó “Canillitas con Don Bosco”, que eran estos niños que mueven sus canillas, sus piernas, para ganarse la vida en la ciudad vendiendo productos, limpiando zapatos y que se convertían en desertores escolares con una alimentación muy precaria, sin salud y que, por lo tanto, su vida estaba condenada a ser, lo que allí llamamos chiriperos, eternos chiriperos». En este proyecto se ofrecía a los muchachos «una posibilidad de escolarización, de seguimiento para poder ser profesionales y vivir con más dignidad».

El trabajo con los niños de la calle de entre 8 y 12 años es un camino muy largo, lento y complejo, que se configura poco a poco desde la reflexión sobre la acción, porque no únicamente es asistencialista, sino «de verdadero desarrollo para que terminasen siendo lo que quería Don Bosco: “buenos cristianos y honrados ciudadanos”». Para esta acogida y atención, en la actualidad existe una red de centros denominada “Muchachos y muchachas con Don Bosco”. Está formada por doce centros a nivel nacional «con destinatarios de distintos perfiles dependiendo del tipo de muchacho que se descubra en aquella ciudad o en aquel pueblo y que tienen necesidad de atención».

Con el objetivo de prevención, los salesianos acogen a los niños de la calle que llevan meses y hasta medio año en la calle para poder reingresarlos a sus familias nuevamente y, a partir de ese momento, no solo darles una residencia, sino trabajar en un acompañamiento. En este sentido, los salesianos tienen «tres centros de acogida que son: de niños de la calle o de niños huérfanos o de niñas con maltratos en la familia que se han tenido que ir. Entonces, de los doce centros, tres son de este estilo, los otros son del estilo trabajador o de niños en dificultad, pero que tienen su núcleo familiar».

En el trabajo con niños de la calle, Juan Linares afirma que «nosotros nos dimos cuenta de que habíamos hecho una opción de destinatarios, pero que era insuficiente. Entonces, cambiamos nuestros destinatarios: el niño y su familia». Por ello, ampliaron su ámbito de trabajo y se enfocaron, en primer lugar, en el núcleo más fuerte de unidad familiar con el muchacho: la madre. En este aspecto, los primeros proyectos con las madres eran de formación profesional. Es decir, no solamente darles un trabajo, sino formarlas para ello de manera oficial para que obtuvieran una titulación y se convirtiesen en profesionales del campo. La idea principal era darles una oportunidad que no habían tenido. Así, Juan Linares afirma que «con algunas había que comenzar incluso alfabetizando. Y después, fue ese momento hermoso ver cómo esas madres pasaban de un situación de ignorancia a manejar un ordenador. Entonces tú te dabas cuenta de la importancia de la dignidad de la persona, en este caso de la mujer».

Por otro lado, de la misma manera que la madre podía participar, los salesianos abrían sus talleres a los hermanos de los niños, puesto que la incidencia iba a ser mayor y los valores podrían influir en una familia.

Para los salesianos, según Juan Linares, «lo que importa es la calidad del programa, porque si no, te conviertes en alguien que ayuda, pero muy asistencialmente. Hay que llegar a crear procesos de verdadero desarrollo. Estoy súper convencido. Y claro, es muy complejo, porque el enfoque es integral. Y para ser integral hay que fijarse en el juego, en el estudio, en el grupo, en la familia…», por lo que las inversiones deben ser significativas.

 

Las experiencias

La experiencia de Juan Linares y sus relatos nos demuestran que es posible llevar a cabo estos trabajos en la práctica, que el camino, aunque largo y complejo, tiene un final que merece la pena. Juan Linares afirma que es necesario «crear conciencia de que si se les da posibilidades a estos niños, su vida puede cambiar». Y tanto es así, que incluso sostiene que en República Dominicana diariamente «hay un rechazo, pero hay que ser muy comprensivos con estas personas, que la realidad social es la que les lleva a eso. Es decir: los culpables somos nosotros. Hay que adquirir ese sentido de responsabilidad. Si a los niños les ofreciésemos lo que les corresponde por derecho, no estaría sucediendo esto. De lo contrario, te dan miedo. La delincuencia, esta problemática, para entenderla, hay que tocarla. No puedes estar desde lejos, hay que experimentarla. Si todo el dinero que allí se gasta en poner verjas y protecciones a las casas se invirtiera en educación, no harían falta las rejas, ni muros. Es decir, es también la mentalidad. Para eso tienes que acercarte con confianza y creer en esto. No es fácil cambiar esta mentalidad porque ya somos muy rígidos y tenemos nuestras estructuras. Pero es posible, se puede. Se puede contribuir a esto».

Asimismo, sostiene como, por ejemplo, el hecho de que «un niño que fue vendedor de dulces, ahora es profesor de una universidad. Eso a uno le hace sentirse feliz y decir -oye, ¡es posible!-. Y de estos casos, hay montones. Y sobre todo cuando un niño te dice: -mira, nosotros aunque nos portábamos mal, nos dábamos cuenta de que íbamos siendo diferentes, que íbamos al barrio y antes tirábamos la basura de cualquier manera y ahora ya la echamos en su lugar- y ellos mismos se daban cuenta de que iban siendo distintos, del ambiente y todo lo demás. Con lo cual se indica cuál es la capacidad de la educación, que es maravillosa. Y sobre todo si es una educación buena, integral y de calidad. Y eso es lo que te anima a decir -oye, merece la pena, porque hay resultados-».

Por último, sacar a coalición la asociación de “excanillitas”, que ahora, en vez de ser canillitas, son profesionales. Juan Linares afirma que esta asociación se creó porque son muy conscientes de que «los mejores educadores son ellos mismos para sus niños, porque entienden su lenguaje, saben el porqué de las cosas… Es crear una continuidad del fruto de una pedagogía que revierta en beneficio de otros. Es una experiencia muy hermosa que todos aquellos que están pasando por los centros, luego sigan asociados para mantener su identidad y para comprometerse con otros niños, que como ellos, si no tienen oportunidades están condenados en una vida sin desarrollo».

 

Con 250 euros al año se puede colaborar en la manutención de un niño o niña de este proyecto.  Si deseas colaborar, puedes hacerlo a través del siguiente Nº de cuenta: ES75 0075 0001 8106 0090 1995 o haciendo click en el siguiente enlace: http://jovenesydesarrollo2.org/civicrm/contribute/transact?reset=1&id=11